La financiación autonómica y el criterio de dispersión de la población


Una de las exigencias de cualquier sistema de financiación autonómica debe ser atender a las diferencias del coste de prestación de los servicios y uno de los determinantes es la dispersión de la población, pero no toda la dispersión de la población es igual.

¿Por qué la dispersión de la población incide en el coste de la prestación de los servicios?

En áreas más densamente pobladas es más sencillo y menos costoso atender a los servicios públicos. Las inversiones suponen un coste fijo que, en ese caso, se reparte entre más usuarios. La demanda es más sencilla de atender ya que, ante distintas necesidades, se pueden ofrecer servicios más especializados. Los costes de desplazamiento son menores y hay una mayor facilidad para disponer de toda clase de bienes y servicios necesarios para la producción de los servicios públicos.

En los lugares con una densidad de población menor hay que llegar hasta el último punto, por necesidades de servicio público universal, aunque muchas veces no haya demanda. Los servicios que se prestan son de carácter más generalista y los desplazamientos son continuos.

Las poblaciones dispersas tienden a desperdigarse en un mayor número de núcleos de población, necesariamente menos densos que los de una población más compacta.

Dos clases de dispersión de la población

La dispersión de la población rural

Cuando hablamos de dispersión de la población lo primero que se nos viene a la cabeza son poblaciones rurales compuestas de pequeñas aldeas o de pueblos de como mucho unos pocos centenares de habitantes separados por distancias relevantes.

La distancia entre núcleos es uno de los factores que afectan al impacto de la dispersión, pero también lo es el tiempo que se tarda en cubrir esa distancia. En ese tiempo influyen mucho la orografía del terreno y la disponibilidad de infraestructuras y medios de transporte.

La dispersión de la población urbana

En los núcleos urbanos lo normal es que la densidad de población se mida por miles de habitantes por kilómetro cuadrado o, incluso, en las ciudades más pobladas, en decenas de miles de habitantes por kilómetro cuadrado.

Alrededor del núcleo original pueden crecer otros núcleos de elevada densidad de población, incluso de mayor densidad de población que el centro originario de la ciudad. Ejemplo de ello son las denominadas «ciudades dormitorio». En este caso prima el fenómeno de cambio del lugar de residencia sobre la dispersión. Los pobladores de la ciudad viven en otros lugares distintos al antiguo centro fundamentalmente por procesos de crecimiento de la población, pero no se desperdigan.

Pero las ciudades también pueden crecer hacia núcleos menos densos. Dos ejemplos claros son las urbanizaciones con grandes jardines o los pequeños pueblos cercanos a una ciudad.

Son muchas las ciudades en cuyo entorno han crecido arcos formados por pequeños pueblos de unos pocos cientos de habitantes o pocos miles. La zona de influencia de la ciudad se expande en extensión, pero sin densidad. En este caso, lo que prima es el hecho de que la población de la ciudad se desperdiga alrededor de muchos pequeños centros.

Habitualmente se trata de pequeños pueblos que han multiplicado su población y que, con ese crecimiento, ahora demandan muchos más servicios. En algunos lugares son muchos los pueblos que crecen a pocos kilómetros de alguna ciudad, lo que multiplica el reto. Hay que crear una densa malla de servicios para muchos núcleos de referencia.

¿Por qué es importante distinguir ambas clases de dispersión de la población?

Se trata de dos formas de dispersión de la población completamente diferentes. En el caso de la dispersión de la población rural se trata de una forma de dispersión que tiene detrás un recorrido histórico y una mayor sostenibilidad ambiental.

La prestación de servicios públicos enfocados a estos pueblos lo que pretende es fijar la población en unos niveles compatibles con la sostenibilidad ambiental, puesto que la gestión de los recursos naturales está muy ligada al mundo rural. Lo que se pretende, otra cuestión es que se consiga siempre, es que los habitantes que quedan en el mundo rural y que fundamentalmente viven de esos recursos naturales y culturales que se pretenden preservar se conviertan en guardianes de la conservación de ese patrimonio.

En el caso de los pueblos situados en el arco próximo a una ciudad la cuestión es diferente. Si la expansión de las ciudades se realiza de forma más compacta, con alta densidad de población, la prestación de los servicios se puede hacer empleando menos recursos. Ese menor empleo de recursos no solamente es un menor empleo de recursos monetarios, sino un menor impacto ambiental en la mayoría de los casos.

 Desde el punto de vista de la conservación del patrimonio natural, histórico, artístico o cultural el impacto es completamente diferente. Prestar servicios en zonas en riesgo de despoblación es una medida que favorece la conservación del entorno. Ampliar el tamaño de muchos viejos pueblos relativamente cercanos a una ciudad es, casi siempre, una forma de desfigurarlos, de someterlos a la presión urbanística.

Es perfectamente comprensible que haya personas a las que podría gustar vivir en núcleos más pequeños, pero cerca de la ciudad y sus ventajas. Tiene sus costes y beneficios personales, que son los que afectan a la decisión individual. Pero también existen costes externos. Esos costes externos vienen propiciados por el referido incremento en el coste de la prestación de los servicios asociado a esa forma de dispersión de la población y por la presión que la explosión demográfica puede realizar en estos pueblos que pasan al arco de influencia directa de una ciudad.

Es conveniente discriminar entre ambos tipos de dispersión poblacional porque, de lo contrario, se está alimentando una «bola de nieve». La mayor financiación por esa forma urbana de dispersión de la población facilita que se presten más servicios en estos núcleos, lo que incrementa su atractivo, generando nuevos incrementos de población que reducen la densidad de población de los núcleos habitualmente más poblados de las ciudades. Se dispersa la población y surgen nuevas necesidades de financiación, cuya satisfacción alimenta la bola de nieve.

Y esa bola de nieve es muy difícil de parar porque estos pueblos pequeños en el arco cercano de las grandes aglomeraciones de población tienen una densidad que, aunque creciente, todavía es muy lejana a la de los núcleos más densamente poblados de las ciudades a cuyo arco pertenecen. Solamente la degradación extrema del entorno de estos pueblos por la presión urbanística, algo completamente indeseable, sería capaz de parar esa «bola de nieve» que se alimenta a sí misma.

Por eso es necesaria la discriminación entre ambas formas de dispersión poblacional como criterios de financiación autonómica. De lo contrario, se están desviando fondos que persiguen un fin de sostenibilidad a un proceso que perjudica a la sostenibilidad de la prestación de los servicios, del medio natural y del contexto cultural de las poblaciones afectadas.

Acerca de Gonzalo García Abad

Licenciado en Economía con amplio interés en la Fiscalidad, la Contabilidad, las Finanzas y el Derecho.
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