Los colegios profesionales, la promoción de la confianza y la resistencia al cambio


 Los colegios profesionales cumplen la misión de velar por una profesión y por los profesionales que la ejercen, pero a la misma vez pueden ser un elemento motor de una sociedad mejor o uno de sus más importantes lastres. Su buen funcionamiento es de capital importancia para la sociedad.

Son muchas las funciones de los colegios profesionales, pero podemos destacar su misión de velar por la calidad de los servicios profesionales. Los servicios profesionales, por su propia naturaleza, están rodeados de un cierto nivel de complejidad que hace que el cliente tenga mucha menor información acerca de la calidad de los servicios prestados que el propio profesional. Eso puede ser perjudicial para el cliente, que puede tener sus dudas de si confiar o no en el profesional y que podría resultar perjudicado por un mal comportamiento del profesional. También es perjudicial para los profesionales, ya que buena parte de sus opciones de tener clientela dependen de la credibilidad de su profesión. Es un caso claro de asimetría en la información. Las herramientas que que se emplean para luchar contra estos problemas son principalmente tres:

1) Por un lado el establecimiento de normas de obligado cumplimiento y de códigos voluntarios de buenas prácticas entorno al acceso y al desarrollo de su profesión. Una parte de esas normas son elaboradas en el seno de los propios colegios, pero otra son regulaciones legislativas o reglamentarias. Los colegios profesionales son el interlocutor necesario entre el Estado y una profesión a la hora de regularla. En ese sentido una de las funciones primordiales de cualquier colegio profesional es la requerir, o en ámbitos de su competencia implementar, aquellas reformas que consideren los colegiados pertinentes y que contribuyan a luchar contra comportamientos que deban ser calificados como injustos, tanto comportamientos injustos de sus profesionales como injusticias que se cometen contra sus profesionales. Pero, por otro lado, la organización es fundamental en todas las facetas, y la profesional no es una excepción.  Existen reformas que podrían alterar la forma en la que una profesión se desarrolla que podrían traer más beneficios que perjuicios. Algunas de ellas podrían suponer sacrificios para los profesionales colegiados. En ese caso, si la nueva forma de organizar la profesión puede traer beneficios para el conjunto, debería haber una forma de compensar a los profesionales afectados, de manera que todos saliesen ganando. Por ello, una de las funciones primordiales de un colegio debe ser servir de interlocutor para encontrar nuevas formas mejores de organizar una profesión.

Otro aspecto de relevancia es que, como regla general, los colegiados para ejercer su profesión primero han de haber tenido algún conocimiento especial sobre alguna disciplina del conocimiento. En ese sentido, su opinión puede ser tenida en cuenta a la hora de realizar reformas legales en campos donde el conocimiento técnico de esa materia sea de utilidad.

2) El control de que se cumplen las normas. En algunos casos el colegio se encarga de velar porque se cumplan las normas como, por poner un ejemplo, en el visado obligatorio. También es muy importante el respaldo de los colegios profesionales a iniciativas que propenden a unos mayores estándares de calidad y el control de que se cumplen entre quienes se adhieren.

3) Los colegios profesionales respaldan con su apoyo a quienes cumplen esas normas. El aval que ofrece la colegiación es importante para el buen desarrollo de las profesiones, ya que las personas que se relacionan con el profesional saben que pueden contar con la confianza de que, al menos, el profesional cumple con los requisitos exigidos para la colegiación.

¿Dónde surgen los problemas? El problema más importante es el de la apertura de los colegios profesionales. En ocasiones, los colegios profesionales tienen una visión demasiado cerrada de su profesión. Desde esa visión encorsetada, el buen profesional sería aquél que reúne una serie de requisitos predeterminados y ejecuta su trabajo conforme a unos procedimientos y con unas herramientas preestablecidas. El colegio profesional, en ese caso, se convierte en un instrumento protector de esa visión de la profesión, que normalmente calca las características y la forma de proceder de los profesionales más exitosos. Velar por el desarrollo de la profesión conforme a lo preestablecido puede otorgar previsibilidad y puede ser fundamental para la promoción de la confianza en la profesión, pero también puede cavar su tumba. Cuantos más requisitos se establecen menos personas pueden ejercer una determinada profesión, lo que redunda en unos mayores honorarios para los profesionales, pero también en un mayor coste para el usuario. Ese mayor coste hace inaccesible el acceso a los servicios de los profesionales a un buen número de usuarios.

Hay otro aspecto que es muy importante, la relación de la profesión con la innovación. En toda profesión van surgiendo continuamente nuevas formas de ejercer la profesión, enfoques distintos, diferente campos de actuación, profesionales con un perfil de formación no visto hasta entonces, formas de proceder novedosas, surge el empleo de herramientas distintas para lograr los resultados. Inevitablemente sólo una parte de los profesionales más exitosos serán capaces de aceptar voluntariamente los cambios, porque el éxito que obtienen en el entorno actual lleva a una parte de los profesionales de más éxito a la acomodación. El principio es claro, no cambiar lo que funciona, lo que les funciona. Aquí el equilibrio es muy delicado. El colegio profesional debe ser muy riguroso a fin de luchar para que no entren novedades nocivas en la profesión que la desvirtúen y que sean una fuente de incertidumbre y desconfianza de los usuarios. Pero, a la misma vez, el colegio profesional ha de evitar convertirse en el tapón que impida la innovación en su profesión. Cuando una profesión genera un cuello de botella en la economía lo normal es que surjan alternativas que busquen resultados semejantes o más ventajosos sin tener que recurrir a la contratación de esos profesionales. Es decir, una visión muy encorsetada puede poner en riesgo el futuro de la profesión.

En España hemos vivido también una cierta «guerra» de colegios profesionales. A medida que el número de estudiantes y nuevos titulados universitarios crecía surgía el debate sobre cuál debía ser la composición de la oferta de títulos, particularmente de la universidad pública. La gran mayoría de los colegios profesionales mejor posicionados han defendido la importancia de una sociedad formada y del acceso de la población a formación de nivel superior. Sin embargo, esos mismos colegios profesionales mejor posicionados vienen defendiendo desde hace muchos años que no se necesitan más titulados en su ámbito. La pregunta es inmediata. Si prácticamente ningún colegio profesional ve con buenos ojos la llegada de nuevos estudiantes a las facultades o escuelas donde se estudian los estudios requeridos para su profesión, ¿qué es lo que tienen que estudiar los españoles? En España se ha centrado mucho, y durante muchos años, la oferta de titulaciones en aquellas titulaciones relacionadas con colegios profesionales peor posicionados en esa «guerra» de colegios profesionales. En los últimos lustros ha habido algunos avances insuficientes en esa materia. Por otro lado, en las profesiones en las que más estudiantes se forman se producen los mayores efectos del encorsetamiento de los colegios profesionales.

Creo que el principal reto  al que se enfrentan las relaciones entre los gobiernos, la sociedad en general y los colegios profesionales es el de convencer a los profesionales de más éxito de que no se acomoden, de que con su experiencia guíen los cambios, acepten las nuevas realidades y realicen las críticas constructivas que contribuyan a fortalecer sus profesiones. Eso implicará la incorporación de más profesionales a sus profesiones, la competencia con otras profesiones, la continua adaptación. Hay que buscar que los profesionales de éxito lideren los cambios junto con aquellos que tengan buenas ideas novedosas, en lugar de que sean los líderes de la resistencia al cambio. La mayoría de profesiones habrán de prestar más y mejores servicios. Pero para vencer resistencias hay que ofrecer incentivos al cambio, negociar nuevos marcos profesionales, en definitiva, hacer partícipes a los profesionales de los frutos de los sacrificios que habrán de realizar.

Acerca de Gonzalo García Abad

Licenciado en Economía con amplio interés en la Fiscalidad, la Contabilidad, las Finanzas y el Derecho.
Esta entrada fue publicada en Economía de España, Economía Laboral, Economía Pública, Opiniones y etiquetada , , , . Guarda el enlace permanente.