Un gobierno en minoría (sin un respaldo estable de un partido o coalición de partidos) puede traer como consecuencia que más posturas mayoritarias salgan adelante, lo que no siempre acaba agradando a la mayoría. Para comprender mejor sus consecuencias pongamos un ejemplo, con luchas territoriales.
Supongamos una región con 4 ciudades, en la que la capital es la más grande. Imaginemos, por simplificar, que todos los ciudadanos de una misma ciudad votan al mismo partido, que obtiene representación en el parlamento autonómico en función de la población de cada ciudad.
En esa región, la capital tiene el parlamento regional, el puerto, el aeropuerto, las sedes de las consejerías. Una segunda ciudad alberga la sede del hospital de la región. La tercera ciudad alberga la sede de la universidad. La cuarta alberga los principales tribunales de justicia.
La ciudad más poblada es la capital, y su partido (o coalición de partidos, que para el caso da lo mismo) el más votado en las elecciones. Terminan gobernando, pero con un gobierno en minoría.
El partido en el gobierno realiza la proposición de que todos los servicios públicos se lleven a la capital. Primero lo hace con el hospital, recibiendo los votos en contra de la ciudad que vive de cara a la sanidad por albergar en la actualidad el hospital que se pretende llevar a la capital.
La propuesta es bien recibida por todos los partidos, salvo el partido de la ciudad que alberga el hospital. Los partidos de las otras ciudades trasladan la opinión de sus votantes. Prefieren acudir al hospital a la capital, que es más grande y tiene más servicios de todo tipo (comercio, hostelería, etc.). Se encuentran más cómodos en la capital en sus viajes por motivos sanitarios. Con el único voto en contra del partido de la ciudad que albergaba el hospital, la propuesta sale adelante por amplia mayoría.
Lo mismo sucederá más tarde con la universidad y la justicia. Los socios irán cambiando, pero se acabará respetando la voluntad mayoritaria. Todos los servicios acaban centralizados en la capital, que es la ciudad más grande.
Pero llega el momento de echar las cuentas. La capital tendrá una afluencia muy grande de estudiantes, profesores, personal sanitario, enfermos, acompañantes, juristas, etc. Hay que hacer muchas obras de edificación, aparcamientos, mayor control policial, y toda clase de servicios para recibir a los nuevos visitantes que acudirán cada día a la capital.
Cuando se vota quién se va a hacer cargo, el partido en el gobierno propone que esos gastos los sufraguen los presupuestos regionales. Pero, ahí cuenta con la oposición de todos los partidos de las otras ciudades. Como hay un gobierno en minoría los gastos los acaban sufragando en exclusiva los habitantes de la capital.
El descontento en la capital es manifiesto. Sus habitantes sienten que esta etapa de gobierno en minoría ha colocado sobre sus hombros una carga presupuestaria insostenible. Hay que aumentar los impuestos municipales y hay un recorte en muchos servicios municipales para financiar los gastos que suponen los nuevos servicios.
En las otras tres ciudades el descontento no es menor. Cada ciudad ha perdido un servicio con el que la ciudad estaba volcada. Crece la preocupación. Muchos negocios que estaban orientados a un público que ha marchado a la capital entran en la ruina.
Antes de esta etapa de gobierno en minoría, siempre hubo acuerdos, concesiones. Esas concesiones hacían que se «respetasen» esos puntos tan importantes para cada ciudad. En unas ocasiones era así por un acuerdo estable de gobierno en el que el partido de esa ciudad participaba con la condición de que no se tocase «lo suyo», en otras porque no se quería pisar a un contrincante con el que quizá mañana se pactase.
Solamente con el gobierno en minoría desaparecieron las concesiones y afloraron las voluntades mayoritarias que, en conjunto, no convencen a ninguno de los partidos, ni a las ciudades a las que representan. Al final, siguiendo las opiniones mayoritarias en cada tema, todos están más descontentos.
Pero quizá, y sólo quizá, se abre una luz de esperanza a largo plazo. Si la capital es capaz de generar suficiente actividad con los nuevos servicios como para compensar el coste presupuestario de su llegada, puede ser que les acabe beneficiando el sacrificio a sus ciudadanos.
También en las otras ciudades hay una esperanza. Podría ser que los servicios que se van representasen un cierto lastre. Quizá hubiesen perdido dinamismo y era necesario dejar espacio para otras actividades. Al tener que financiar menos gastos derivados del mantenimiento de edificios, aparcamientos y demás necesidades relacionadas con la llegada de visitantes, los vecinos pueden tener un alivio fiscal y mejores servicios en otras áreas.
Solamente a largo plazo podremos saber si un gobierno en minoría es la solución para deshacerse de privilegios inútiles a cambio de unas mayores oportunidades en otras áreas, o si lo que se ha hecho es perder el capital acumulado en experiencia en un ramo concreto de cada una de las ciudades asfixiando financieramente a la capital.
Este ejemplo se podría trasladar a otras muchísimas situaciones no relacionadas con las luchas territoriales, podría afectar por ejemplo a los mil y un grupos minoritarios que gozan de alguna ventaja impopular.