La Real Academia Española define en su diccionario al pródigo como quien «desperdicia y consume su hacienda en gastos inútiles, sin medida ni razón». Se trata de una forma agravada de derroche. Suele traer malas consecuencias con las que hay que lidiar en el ámbito familiar, en el del Estado y en el de las relaciones internacionales.
Hay personas, e incluso países enteros, que en un momento dado gastan sin control. Son personas que valoran mucho el presente, gastando hasta el último céntimo que llega a sus bolsillos lo antes que pueden.
Desconocen la existencia de otro tiempo que no sea el presente y, por lo tanto, para ellos la palabra ahorro carece de sentido. Prefieren, o dicen que prefieren, gastar hoy cuanto puedan aun a riesgo de verse sin recursos o con unos recursos muy disminuidos en el futuro.
Los pródigos suelen tener deudas, muchas deudas de diverso tipo que les sirven para pagar su derroche. Además, si existe algún patrimonio personal o familiar previo, también terminarán con él.
Este comportamiento también se da en países completos. Un ejemplo es el de aquellos países que se endeudan de forma muy dilatada, ya no para invertir, sino para consumir más. Otro ejemplo es el de aquellos países cuya fuente de ingresos es casi exclusivamente una explotación muy acelerada de los recursos naturales.
Lógicamente estos comportamientos tienen un fin. El fin es el momento en el que ya no se puede trabajar en ese trabajo que ofrecía buenos ingresos, cuando ya nadie te presta, cuando se ha acabado con el patrimonio previo. En ese momento el pródigo sufre un golpe muy fuerte, al constatar que su antigua vida es imposible.
Algunos pródigos no llegan al momento de la escasez. No llegan a vivir tanto como para derrochar hasta el último céntimo. Las costumbres de vida del pródigo no suelen ser sanas, e incluso pueden resultar peligrosas.
Entonces se plantean dos preguntas fundamentales. La primera pregunta es la de qué hacer durante los episodios de prodigalidad, es decir, en el momento del derroche. La segunda pregunta es la de qué hacer con los pródigos que llegan a la situación de escasez, particularmente cuando llegan a la pobreza extrema.
Desde época muy antigua se han planteado dos líneas diferentes de pensamiento: la de la exigencia de responsabilidades y la de intervenir para intentar evitar que se produzca la situación de necesidad e incluso la propia prodigalidad. Lógicamente, además, existen muchas posiciones intermedias. Veamos cuáles son los argumentos de ambas posturas.
La exigencia de responsabilidades
Según una corriente deben exigirse responsabilidades. Eso tiene dos importantes implicaciones. Por un lado, que el individuo es perfectamente libre para tomar las decisiones que afecten a su propia vida. Si desarrolla comportamientos de prodigalidad será por su propia decisión.
Por otro lado, una vez llegada la situación de necesidad, el individuo ha de acarrear las consecuencias de su comportamiento. Es decir, según esta teoría, no debe socorrerse a los pródigos.
Detrás de dejar que un individuo derroche su mucho o poco patrimonio está la concepción propia de las democracias del libre desarrollo de la personalidad. Se trata de respetar su decisión personal, al menos en aquellos casos en los que la prodigalidad no venga acompañada por enfermedades incapacitantes.
En cuanto a la opción de «dejar caer» al pródigo cuando carezca de recursos, se plantea como una medida necesaria para mejorar la credibilidad de cualquier otra medida contra la prodigalidad. Se dice que, si se garantiza al pródigo que nunca caerá en una situación de grave necesidad, ¿con qué argumentos (o con qué medidas) podemos convencer al pródigo de que debe ahorrar para el futuro?
La intervención para evitar la prodigalidad
Otra línea de pensamiento defiende que hay que tomar medidas contra la prodigalidad mientras se produce y contra sus efectos, en el momento en el que el pródigo no tiene recursos.
Aun reconociendo que todo el mundo tiene derecho al libre desarrollo de su personalidad, se dice que los pródigos actúan de una forma que puede ser no solamente dañina para su futuro, sino para el de otras personas de su familia y ajenas a su familia. Se utilizan medidas que inevitablemente restringirán la libertad de los pródigos para derrochar.
Las medidas van desde la presión social y familiar, hasta la solicitud de la incapacitación si la prodigalidad es fruto de alguna enfermedad o la declaración de prodigalidad. Pero también incluyen el paternalismo del Estado, es decir, que en aspectos muy importantes el Estado tome decisiones por nosotros para evitar que nos hagamos daño o se lo hagamos a terceros.
Llegado el momento de la escasez la intervención puede consistir fundamentalmente en prestar auxilio al pródigo, ofrecerle recursos con los que vivir. Se reclama ese auxilio en primer lugar por razones humanitarias, no es grato ver cómo una persona no tiene lo mínimo para vivir, aunque ello surja por el resultado de su propia conducta.
La determinación de cuál es ese mínimo que la familia u otros allegados, o el Estado deben garantizar al pródigo es un asunto muy importante que trasciende al debate sobre la prodigalidad. Ese mismo debate se da, con circunstancias completamente diferentes, en el caso, por ejemplo, de quienes viven en la extrema pobreza sin haber derrochado o en el de personas con graves incapacidades que les hacen imposible la obtención de rendimientos de su trabajo. No es una cuestión de importancia menor cuánto se garantiza a cada grupo.
Cuando hablamos de auxilio estamos hablando no solamente de garantías estatales, sino también del apoyo de familiares, amigos, organizaciones no gubernamentales, etc.
Más allá del humanitarismo, la ayuda al pródigo se realiza para no perjudicar a terceras personas que, de otro modo, puedan verse perjudicadas, como la familia, los acreedores, potenciales acreedores o personas con las que el pródigo tenga alguna responsabilidad.
E incluso la ayuda al pródigo se defiende como medida de transición en aquellos casos en los que el pródigo pueda volver a generar ingresos. Se trata de ofrecer algún tipo de ayuda tutelada con el fin de que supere la tendencia a gastar y vuelva a una senda financiera normal, donde se valore hasta dónde es conveniente ahorrar y hasta dónde consumir.