Los datos analizados apresuradamente pueden llevarnos a conclusiones equivocadas. Por eso debemos tratar los datos con un «mimo» especial. Uno de los casos más claros es el de la «clara» desindustrialización y terciarización de la economía, que es la conclusión apresurada que se puede extraer de un análisis de la evolución en las últimas décadas de los cocientes que miden el peso de la industria y de los servicios en el PIB y el peso de la industria y los servicios en el empleo en la mayoría de los países. Analicemos el contexto en el que se produce ese proceso.
Lo que llamamos sector industrial y sector servicios son un conjunto heterogéneo de actividades. Sin embargo, sí que se pueden establecer rasgos que definen a la mayoría de actividades del sector. Una de las diferencias más importantes es que una parte grande de la producción industrial es comercializable internacionalmente, mientras que en los servicios esa proporción es mucho menor. ¿Qué significa eso? Significa que si en un país se vendiesen, por ejemplo, mesas a un precio de 2 unidades monetarias y en otro a 1 unidad monetaria, los productores del país donde se venden a 1 unidad monetaria seguramente exportarían las mesas al país donde el precio es de 2. Eso haría que en ese país la oferta de mesas se redujese y que aumentase la oferta de mesas en el país donde el precio era de 2. Incluso los consumidores también se podrían desplazar reduciendo la demanda en el país con precios mayores y aumentándola en el país de menor precio. ¿Hasta cuándo? Hasta que el precio sea el mismo. Cuando hablamos del mismo precio hay que tener en cuenta los costes que implica desplazarse a otro país. Es decir, hay unos costes por medio como los del transporte hasta el puerto, el precio de la carga, de la estiba, del seguro marítimo, del flete, de la desestiba, de la descarga, del transporte hasta el destino, de los aranceles. Ese es el «colchón» que tienen las empresas para no competir internacionalmente. A medida que ese colchón se reduce, más empresas tienen que aceptar el precio internacional. Si, por el contrario, ese «colchón» es lo suficientemente amplio, el desplazamiento puede no tener cuenta y podría existir un precio nacional más alto que el internacional sin que compense a empresas extranjeras vender en ese país su producto. Esos costes de los que hablamos se han reducido notablemente en las últimas décadas. Así, ha habido una reducción sustancial de aranceles, una mejora del transporte, de los seguros, de las operaciones de gestión del comercio internacional. Por ello, los precios industriales han tendido a crecer de una forma notablemente menor.
En el caso de los servicios, en la mayoría de los casos, los costes no compensan el desplazamiento, particularmente del usuario. Es difícil que una persona vaya a asistir a la escuela en un lugar del mundo, a la peluquería en otro y al médico en otro. Es más sencillo que se produzcan movimientos migratorios que hagan que los trabajadores se desplacen a países dónde el salario es mayor en su sector, pero también el desplazamiento implica costes de todo tipo. Existe una tendencia al crecimiento de empresas de servicios que se prestan en cualquier parte del mundo, pero su peso en el conjunto de los servicios es mucho menor que el de los bienes industriales comercializables internacionalmente en el conjunto de la industria. La consecuencia es que en la mayoría de los servicios pueden existir diferencias de precios entre países.
Con el crecimiento económico se produce un incremento de la demanda de todos los bienes y servicios, salvo la de los bienes inferiores (que serían aquellos que estábamos deseando dejar de consumir cuando tuviésemos una renta un poco mayor que nos lo permitiese). Ese incremento de la demanda puede suponer un incremento de las cantidades intercambiadas o de los precios, o de ambas cosas a la vez. En la industria, la presión de la competencia internacional, hace que esos precios no puedan crecer, con lo que normalmente en la mayoría de los productos ese incremento se transforma fundamentalmente en un incremento de las cantidades. Sin embargo, en los servicios una parte importante de ese incremento se traslada a incrementos de los precios.
También influyen factores de oferta en este proceso. En la industria se han producido sostenidamente incrementos de productividad mayores que en los servicios. Esa mayor productividad ha supuesto que, para cada cantidad que deseásemos producir, el coste sea menor. Los menores costes hacen que los productores, al mismo precio, estén dispuestos a ofrecer mayores cantidades que antes, es decir, crece la oferta. Ese mayor crecimiento relativo de la oferta ha supuesto un crecimiento relativamente menor de los precios en la industria que en los servicios.
Cuando se miden los cocientes que representan el peso de la industria o de los servicios en el PIB se toma la producción en términos nominales, es decir, sin descontar el efecto de los cambios en los precios. Eso hace que tienda a crecer más el peso en el PIB de los sectores cuyo precio tiende a crecer más.
¿Y el peso en el empleo? En el caso del empleo las empresas tienden a demandar más empleo en aquellos sectores en el que el valor de lo que producen los trabajadores es mayor. Ese valor depende de la productividad del trabajo, pero también depende de los precios. Los crecimientos de los precios mayores en el sector servicios favorecen que la creación de empleo se centre en esos sectores. Y el crecimiento mayor de la productividad en países emergentes hace que el empleo industrial que se crea se centre en esos países.
Creo que este contexto nos debe llevar a reflexionar. El peso de la industria en el PIB y en el empleo ha tendido a caer en la mayoría de países a medida que se desarrollan. Sin embargo, eso no quiere decir que la industria haya perdido su protagonismo en el crecimiento económico. El crecimiento económico no es el crecimiento del PIB nominal, sino real. Es decir, no vivimos materialmente mejor porque crezcan los precios, sino porque dispongamos de mayores cantidades de bienes y servicios. Y ese crecimiento económico viene fundamentalmente sustentado por el crecimiento de la productividad. Es en la industria, y también en el sector primario, donde se han centrado los incrementos de productividad más importantes de las últimas décadas. Por eso me parece apresurada la conclusión de que el mundo tiende a la desindustrialización. Yo diría, más bien, que la industria pierde peso (en el PIB y en el empleo), pero no importancia.
Hola Gonzalo, me parece muy atinado tu comentario. Un razonamiento parecido es el que he utilizado para explicar el fenómeno de la «desproporcionalidad» estructural que se genera con el proceso de acumulación y concentración de capital. Los precios formados en mercados imperfectos forman una estructura de precios relativos que no corresponde a las necesidades «reales» de la población; sino a las necesidades de valoración del capital. Puedes ver más de este razonamiento en https://escudrojo.wordpress.com/2014/12/02/los-economistas-prestigiosos-apuntan-a-resolver-la-crisis-reduciendo-la-desigualdad/ entre otras muchas entradas con ese tema.
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Escudrojo, muchas gracias por sus comentarios.
Un cordial saludo.
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